Un ángel entre libros
Hoy, algo diferente: la narración del Capítulo II de "La Menina del Louvre" desde el punto de vista de Artal de Briand.
Espero que lo disfrutéis mucho ;)
UN ÁNGEL ENTRE LIBROS:
Muchas noches me he perdido entre los muslos de una mujer. Muchos dicen que soy el mejor amante de París, culpable de haber desecho mil matrimonios y visitado mil lechos. Exageran, pero no niego del poder que mis encantos tienen en las mujeres. Sonrío, las embauco, se embelesan... Y ahí están, dándomelo todo. A veces, duro un mes anclado en sus brazos; otras, no tanto. Tal vez porque tienen la cabeza llena de pajaritos; tal vez porque bajo esas pelucas y miriñaques, sólo hay pensamientos vanos y cotilleos. Con suerte, alguna ha leído algún libro, pero ninguna va más allá de los amores de Lancelot y Ginebra. Entonces, me aburro y me voy. No puedo evitarlo...
Tal vez, por eso, hoy me he sorprendido...
Había entrado en la Biblioteca con el fin de encontrar un tratado de medicina de Paré. El Teniente dice que resultaré útil si entramos en guerra con Inglaterra y no hay un galeno cerca. Confía demasiado en mis capacidades, ciertamente, aunque no puedo negar que me interesa la Medicina.
Al entrar, me creí sólo, como tantas otras veces que paseé entre aquellas estanterías cargadas de gruesos volúmenes. Un carraspeo me sacó de mi ensimismamiento.
Y la vi. Ella estaba allí, vestida de blanco, con su melena suelta sobre los hombros y su carita de rosa inclinada hacia un lado. Una mujer. Casi una niña. Me observaba. Tampoco me esperaba...
Haciendo gala de mi caballerosidad, me despojé de mi sombrero y ejecuté una teatral reverencia, floritura incluida. Ni se inmutó.
No esperaba que mantuviese mi mirada.
Le pregunté qué leía, bromeando con la posibilidad de que fuese alguna novela rosa. Casi le molestó que lo considerara.
"Filosofía", dijo. "Averrores"
¿Es posible? No me lo creía...
No sé lo que le pregunté... Tal vez buscaba un libro y ella me ayudó a buscarlo. No sé cómo cayó de las alturas... Sólo sé que la ví en el aire y que me precipité en su auxilio, sujetando su cuerpecillo entre mis brazos.
Caímos al suelo. Su pelo, sobre mi rostro, embriagándome con un dulce olor a azahar. Sus piernas se enredaron con las mías, en tanto que su decoroso vestido se alzaba sobre sus muslos, mostrando su piel de alabastro.
Juro que no pude evitar recorrer con lascivia ese cuerpo con los ojos. Juro que el tejido era lo suficientemente fino como para sentir la tersura de sus senos, la curva de su cintura.
No pude evitar excitarme...
Ella lo sintió... Lo notó... Lo sé...
Al sentir vientre con vientre, se incorporó un poco y me clavó sus ojos negros; sus mejillas de nácar, teñidas de rojo. Alcé una mano para retirar un mechón que le cubría el rostro, aquella carita de ángel con rosas en las mejillas y los labios. La boca le tembló ligeramente. Sonreí.
Se levantó con brusquedad y comenzó a recoger sus libros ante mi estupor. ¿Ya se iba? ¿Por qué?
"Mi Señora me reclama",dijo.
"Quedaos un poco más, os lo ruego", supliqué.
Le pedí un nuevo encuentro. Se negaba. Insistí. Accedió sin volverse, sin echar la vista atrás, huyendo. La puerta se cerró a sus espaldas, pero sabía que estaba allí, tras las maderas. Podía escucharla respirar entrecortadamente, casi podía escuchar su corazón latiendo apresurado. Casi podía sentir su aliento cálido sobre el mío.
Me maldije. Por un instante, me recriminé el no haberla poseído tras las cortinas, sobre aquel suelo, ante la mirada de aquellos libros. ¿Por qué no lo hice? No lo sé...
Entonces, un pensamiento: "¡Válgame Dios, ni siquiera le he preguntado su nombre!"
Pero habría tiempo de saberlo... Mucho tiempo. Tal vez, la vida entera.