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"Beauty and The Beast". O cómo no arriesgarse.


Por fin pude disfrutar del clásico de animación “La Bella y la Bestia” llevada a la pantalla grande... Ah, no, espera: eso ya lo hice en 1991, disfrutando de la sesión continua en el ya desaparecido “América Multicines”, degustando aquellas palomitas por poco menos de cuarenta duros (madre mía, ¡qué tiempos y qué viejos somos!).


Lo cierto es que las diferencias entre ambas cintas (la de 1997 y la de 2017), son apenas apreciables, exceptuando unas cuantas canciones (sí, porque la película tiene más visos de musical que de película pura y dura) y una serie de subtramas que no se veían en la cinta de 1991. Tal vez porque la cinta original de Disney era un metraje más dirigido al público infantil de la época, y la del 2017 ha querido plasmar ciertos aspectos oscuros con los que enganchar a un público más adulto. Lo ha conseguido, porque en la sala éramos casi todos adultos (en su mayoría, parejitas que llevaban a sus novias/mujeres a que nos sintiéramos como Bella con su vestido amarillo).


Ahora bien, mi percepción de la película ha sido agridulce, tal vez por cómo nos vendían a la Bella de Emma Watson, que no dejaba de insistir en que era una Bella feminista, que inventaba cosas (aparte de una máquina de lavar, no he visto nada remarcable que pueda identificar a la protagonista como "inventora") y que luchaba por la autodeterminación de la mujer. Sinceramente, no he visto mucha diferencia con la Bella animada de Disney, salvo en un aspecto: la Bella animada me enamoró y esta Bella es, con mucho, el personaje más flojo de la película. Me explico: tal vez por haber tenido que lidiar con un Dan Stevens medianamente ausente (realmente, estaba presente a través de la tecnología de captura y digitalización del movimiento) la química ha brillado por su ausencia. De hecho, ambos actores brillaban más cuando actuaban solos que por separado. Stevens, en los momentos en que aparece como príncipe, es una versión caricaturesca de sí mismo, aunque eso no es culpa suya, sino del director y del maquillaje, puesto que nos han vendido una versión del clásico en la que lo hortera en cuanto a vestuario y lo recargado es la tónica dominante. ¿Dónde quedaron las líneas sencillas del pueblecito francés, lo romántico de Alsacia...? Porque como decía Ding Dong en el original: “Si no es Barroco, es barraca...”.


La pregunta: “¿Me ha gustado la película?”. Sí, pero no dejo de ver, desde el punto de vista objetivo, que me resulta innecesaria. ¿Por qué? Es simple: es un calco de la de 1997. A diferencia de lo que sucedió con “Maléfica” y “La Cenicienta” (cuya protagonista sí que me pareció más feminista aunque más pava), Disney no ha querido innovar. Se ha limitado a hacer el clásido animado en versión real. Un corta y pega, y colorea. Y os lo digo en serio, es impresionante: han sabido plasmar el banquete (“Be our guest”) y la grandiosa Biblioteca del castillo (mucho más gótico y siniestro que el original). Los personajes de Ding Dong y Lumiére, están tan maravillosamente tratados que te los crees. Cada detalle del metraje de 1997 está en el de 2017 (exceptuando, claro está, las nuevas escenas y nuevas canciones).


La película, a diferencia de otros clásicos, no es la protagonista (a la que achaco su excesiva juventud y una excesiva contención en pantalla). Emma Watson es una Bella fría, que en ciertos puntos se me antoja demasiado prepotente, alejando de mí la imagen de aquella Bella animada con la que tanto me identificaba de pequeña. A Dios gracias (o al acierto del Director), la película cuenta con un plantel de actores de reparto que, para mí, son lo mejor: un Luke Evans soberbio en el papel de Gaston, hasta el punto de haberme creído al personaje y alejándolo del malo malísimo original, en el que su única baza era ser malo porque sí; un Ewan McGregor que enamora y que parece sentirse a gusto con el género musical (ya lo vimos en “Moulin Rouge” y aquí parece demostrar que es un actor todoterreno); un Kevin Kline que me ha hecho olvidar al grotesco y esperpéntico Maurice, que sólo era un personaje cómico y aquí tiene sentimientos, trasfondo y motivaciones; un sir Ian McKellen que pone magia a todo, y es que su voz hace que Ding-Dong viva (aunque he echado de menos su pique final a leche viva con Lumiére); y por último, ese Le Fou que dignifica y redime a su personaje, y nos cuenta entre líneas una preciosa historia, con una sutilidad y elegancia que jamás había visto en otra película. Emma Thomson, desaprovechada; lo mismo que Hattie Morahan (personaje que conoceréis casi al final).


En resumen, ¿se puede ver la peli? Se puede ver, se disfruta y te hace soñar, pues te hará volver a la infancia y volverás a disfrutar del clásico original. Sin embargo, por ser una copia y por la protagonista, me ha resultado innecesaria. Y es que la Bella y la Bestia original de 1991, serán siempre eso: la original. Y lo original, siempre supera a la copia.


Aun así,

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